miércoles, 23 de enero de 2019

Fumar mata.

Era un día de lluvia, de sofá y manta, de películas en Netflix hasta las tantas.
Estaba aburrido, y me paré a pensar, a pensar en mi vida, en los momentos vividos, y las personas vividas. 
Todos los capítulos que había cerrado tras de mí, y el capítulo de ahora, que aún estaba a medio hacer.

Quise pensar que el libro de mi vida terminaría con una frase a medias, definiendo así la metáfora tan real de ella, una vida sin acabar, pero acabada, el suspiro a medias, ese minuto sin terminar.

Quise pensar cuál fue el mejor día de mi vida, me costó mucho elegirlo, pero ahora juraría que fue aquel veinte de Enero de un 2010 perdido en el tiempo, cuando aún odiaba el invierno, ese paisaje frío, ese constipado (que nunca va a acabar), odiaba todo, hasta mi existencia en esa época, si fuera por mi, el invierno no existiría...
Pero ese día todo cambió, aunque no lo quise reconocer en años. 
Ese día, como cualquier otro, fui a comprar el tabaco, Winston de los largos, nunca se me olvidará, salí del estanco abriendo el precinto de la caja, cogiendo un cigarro y posicionandolo entre mis labios para encenderlo. Aquel maldito cigarro, no sé que pensar, no sé decir ahora mismo si iría o no atrás en el tiempo para deshacer esa acción, esa acción que me dio vida, y a la misma vez, también me la quitó.
Antes de llevarme el mechero a la boca para encender aquella arma mortífera me topé de frente con una muchacha, una muchacha que me descolocó por completo. Era joven, unos diez años menos que yo, era guapa, pero no como pensáis, era la típica muchacha que no se hacía notar, discreta y callada, era guapa, guapa con ganas, guapa a decir basta, sus ojos marrones café, nada llamativos, pero tan transparentes como el viento que nos separaba, con una sonrisa de oreja a oreja, pero sin mostrar los dientes, una sonrisa tímida, que te dejaba ver la mayor felicidad del mundo.
Nada más verla se me calló el cigarro al suelo, y me quedé inmóvil por un momento, cuando pude reaccionar ella ya había pasado delante mía y entrado al estanco, yo cogí mi cigarro, miré el reloj, media hora más tarde que a la hora que yo solía venir.
Ese fue el mejor día de mi vida sin duda, el día que me abrió las puertas a la vida. Nunca nadie provocó magia en mi ser como lo hizo ella, tan ella, y sin darse cuenta.
Día tras día iba media hora después, pero nunca la veía por el estanco, tampoco quise preguntar al dependiente, no quería que me tomara por un acosador, aunque hasta yo me veía como tal.

Día 13 de Febrero.

Ese día la volví a ver, en una floristería al lado del estanco, trabajaba allí, había entrado con la ilusión de comprarle una flor para el día siguiente por si acaso, pero ella tenía miles en su regazo, estaba haciendo coronas de flores, habían muchas niñas a su alrededor pendientes de lo que hacia, con que delicadeza entrecruzaba las rosas mientras sonreía tímidamente, desprendía paz.
No me di cuenta que estaba fumando cuando entré en el local, y cuando alzó al vista puso cara de enfadada, se puso muy nerviosa, se levantó y se dirigió hacia donde yo estaba, mientras yo estaba perplejo, me riñó por fumar en su local, estaba más enfadada de lo normal, se lo podía notar en su expresión. Se había puesto roja como un tomate, que mona era, sonreí, y eso le enfadó mucho más.
Me echó del local.

Eso no quitó que fuera al día siguiente y le pedí disculpas, a partir de ese día fui continuamente, le hablaba y le ayudaba, lo pasábamos bien, demasiado bien para ser real.
Yo siempre fumaba en la puerta antes de entrar, ella se enfadaba al principio, luego se sentaba a mi lado hasta que me lo terminara. Un día le dio una calada, medio obligada por mi.
Ojala nunca lo hubiera hecho.

Pasaron los meses y ella ya fumaba a mi ritmo, Chesterfield, le gustaba más.
Por mi culpa se envició, y por mi culpa su vida se fue consumiendo como el cigarro que se fumaba todas las mañanas, antes de levantarnos de la cama, antes de desayunar, antes de todo.
Ella no tuvo la suerte que tuve yo, su destino se fue por la taza del váter, y un 23 de Marzo, después de un año fumando, desapareció, con su mundo,
y se lo llevo todo,
menos a mi].

Yo me quedé, con la culpabilidad de quitarle el futuro a la persona que más quería, su mundo de flores y timidez terminó, como termina la primavera.

Hasta la flor más bonita puede ser contaminada por el ser humano, puede ser destruida. La belleza se termina cuando el ser humano la desea, por eso estoy aquí, en un día de lluvia, encerrado en mi casa, sólo, marchitándome, fumando, aburrido de la vida, dándole vueltas a la cabeza, que el mejor día de mi vida, fue la ruina para otros.


[Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la Primavera.] Pablo Neruda.

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